Primera guerra carlista
Capitales liberales
En octubre de 1833 se proclamó en Madrid a Isabel II como futura reina, y a su madre Mª Cristina como regente. San Sebastián y Pamplona, plazas militares, siguieron sus pasos. Aunque las autoridades de Bilbao y Vitoria proclamaron como rey a Carlos V, siendo las dos únicas capitales que apoyaron la causa del pretendiente, las tropas liberales no tardaron en recuperar el control en estas dos ciudades. A partir de entonces y durante toda la guerra las cuatro capitales resistieron el acoso carlista, y Bilbao se convirtió en el símbolo de la resistencia liberal vasca, pese a que durante al menos tres años casi todo el territorio de las tres provincias y gran parte de Navarra estuvieron en manos carlistas.
Carlismo vasco
Tomás Zumalacárregui asumió la jefatura militar del carlismo vasco a finales de 1833 y en un año escaso consiguió convertir unas docenas de grupos guerrilleros mal armados y peor organizados en un ejército de 30.000 soldados disciplinados que obligó al ejército español a refugiarse en las ciudades. En el otro bando estaban sus antiguos compañeros, tanto los del ejército oficial (Espoz y otros), como Artzaia, jefe de los chapelgorris, voluntarios liberales guipuzcoanos. La muerte de Zumalacárregui en 1835, en el intento de tomar Bilbao, fue una gran pérdida y el símbolo de la incapacidad del carlismo de abarcar más territorio o conquistar las capitales.
Principales acciones bélicas
Al hacer clic sobre el siguiente mapa interactivo se muestran las principales acciones bélicas de la I Guerra Carlista. Al hacer clic de nuevo sobre cada icono, se accede a más información e imágenes relativas al mismo.Contenidos complementarios en Museo Zumalakarregi (Diputación Foral de Gipuzkoa)
Negociación y fin de la guerra
En 1838 predominan el cansancio y la incapacidad de imponerse un bando al otro. Desde Bayona, un grupo de notables liberales conservadores y fueristas inicia un movimiento conspirativo con el fin de encontrar una salida al conflicto. Así nace la proclama “Paz y Fueros”, encabezada por José Antonio Muñagorri y apoyada en secreto por el gobierno liberal y las autoridades militares británicas y francesas. Muñagorri fracasó en su intento, pero puso las bases de lo que al año siguiente culminó en el Convenio de Bergara, en agosto de 1839: aceptación de Isabel II, respeto a los Fueros (“sin perjuicio de la unidad constitucional”, coletilla polémica que dará lugar a múltiples interpretaciones) e integración en el ejército isabelino de los combatientes que aceptaran el Convenio. El resto de carlistas parte al exilio con Don Carlos.