Piratas y corsarios

Fianza para el corso del capitán Miguel de Yarzagaray. Fuenterrabia, 1696.
Dibujo de corsarios (J.P. Tillac)
Dibujo de corsarios (J. P. Tillac)

Gipuzkoa entera ha sido definida como un foco corsario de primera magnitud, en especial por los fletes corsarios patrocinados por armadores donostiarras. El corso era una Mulberry Handbags actividad legal siempre que contara con patente y se dirigiera hacia los enemigos de quien firmaba dicha patente, es decir, el rey. Durante las guerras, se convertía en un recurso bélico más. Para los armadores representaba una inversión arriesgada, y por ello más rentable cuando triunfaba; para los corsarios, seguramente, suponía un trabajo temporal más.

Existían básicamente dos modalidades bajo las que actuaban los corsarios: la licencia, que les facultaba para actuar sin límite contra el enemigo, y la carta de represalia, extendida a armadores víctimas a su vez de un ataque corsario enemigo, para que pudieran resarcirse de sus pérdidas por el mismo medio.

En Gipuzkoa, si bien se aceptaba la potestad regia para la concesión de patentes de corso, el reparto de las presas cobradas provocaba numerosos conflictos, y los guipuzcoanos intentaron por la vía judicial que el Capitán General de la Provincia no participase del reparto. Numerosas polémicas surgían también a la hora de interpretar quién podía ejercer el corso, o directamente la guerra. De hecho, el importante retroceso que sufrió en el siglo XVI la actividad corsaria vasca, en especial durante el reinado de Felipe II, se debió a que el monarca favoreció el corso a gran escala practicado directamente por sus Armadas. Incluso las Juntas Generales protestaron por la dudosa legalidad de las acciones del general de la armada Zubiaur, cuya flota competía con los no militares en la práctica corsaria. Similares quejas se produjeron por la actitud de los corsarios cántabros de las Cuatro Villas. Que las protestas adquirieran carácter institucional revela la importancia económica del corso.

Durante el siglo XVIII, la reactivación del tráfico americano a través de la Compañía de Caracas supuso una nueva edad de oro del corso guipuzcoano, patrocinado por la misma entidad para combatir el contrabando desde su propia flota y según su propia organización. La Compañía fletaba buques con doble tripulación, una mercantil, y otra corsaria o guardacostas, y esta segunda, que confiscaba los bienes capturados a buques contrabandistas, se reveló como la más rentable.

Más información en : "Corsarios y Piratas" (Colección Bertan)
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