Emigración vasca a América

Grabado "Ciudad y Montaña de Potosí" Crónica del Perú (Pedro de Cieza de León. 1556)
"Americae nova Tabula" (Willem Blaeu. 1665)
Entrada de la flota de las Indias por el Gualdaquivir a Sevilla (Alonso Sanchez Coello)

América ha sido un destino clásico para los vascos prácticamente desde la llegada de Colón al nuevo continente. Esta emigración ha atravesado diferentes etapas: la unida a la conquista y colonización, la ligada a las Compañías comerciales del XVIII, el éxodo para huir de los periodos bélicos del XIX y XX (guerras carlistas, el servicio militar, la Primera Guerra Mundial, el exilio tras el triunfo de Franco…). Aunque es difícil defender que exista una línea continua en estos movimientos durante 450 años, es innegable que la presencia consolidada de gentes de origen vasco facilitaba la acogida e integración de quienes iban llegando en cada momento.

Tampoco los asentamientos que siguieron a los primeros desembarcos americanos carecían de experiencias previas. Las migraciones acaecidas gracias a la tradición marinera y comercial ya habían desarrollado instituciones y formas de organizarse en tierras más o menos lejanas, tanto en la Europa atlántica (Flandes), como en la mediterránea. En este segundo ámbito, los puertos andaluces habían jugado un papel clave, papel que se reforzará con la empresa americana. Más allá del espíritu aventurero, evangelizador o cualquier otro de carácter individual, el paso a América suponía la culminación de una aventura sobre todo comercial y económica, en la que los vascos llevaban inmersos hacía tiempo.

Fueron varios los factores que influyeron en el éxito de la emigración vasca desde sus inicios. En primer lugar, los servicios prestados en la guerra -primero contra el reino de Granada, después contra los berberiscos y más tarde los turcos, a quienes se disputaba la supremacía militar y comercial del Mediterráneo- consolidaron la presencia vasca en Andalucía desde el siglo XV. En segundo lugar, el soporte jurídico de la hidalguía universal les permitía ocuparse de cualquier actividad, tanto en la guerra como en la administración, sin renunciar al oficio o comercio más modesto. En tercer lugar, hay que destacar el funcionamiento lejos de casa de estas comunidades, agrupadas en torno a solidaridades familiares y de paisanaje, reforzadas por el uso de una lengua propia y el conocimiento y confianza que otorga compartir referentes comunes en el lugar de origen. Esta unión se plasmaba y fortalecía en unas prácticas religiosas concretas, austeras, que en una primera fase se materializaron en torno a los franciscanos (Cofradía americana de la Virgen de Arantzazu, por ejemplo). Así, se establece un itinerario para el emigrante, que sabe a dónde va, no porque conozca el lugar, sino porque cuenta con todo un tejido social en el que está establecido su puesto y su labor. Progresar en él o no dependerá ya de sus aptitudes y capacidad de relación.

Zacatecas, Nuevo Méjico, Lima, Potosí… son algunos de los lugares en los que esta presencia vasca resulta omnipresente y diferenciada, funcionando la nación vasca, en palabras de la época, como una minoría selecta, compacta y efectiva, al modo de la italiana o la portuguesa. La rocambolesca vida de Catalina de Erauso, por ejemplo, es incompresible sin tener en cuenta este ámbito de acción y protección mutua. Esta forma de solidaridad llegó a ser tan fuerte, y diferenciaba tanto al colectivo vasco del resto de conquistadores y colonos, que dio lugar a enfrentamientos entre diferentes grupos en la lucha por el poder y el reparto de beneficios. Es el caso de la conocida como “guerra de las naciones”, en torno al cerro de Potosí, en la que los vascos, junto a cántabros y montañeses de Burgos, hicieron frente a los “vicuñas” (castellanos, andaluces y extremeños). Estos últimos, en general excluidos de los ámbitos de riqueza y decisión, se dispusieron a cambiar la situación recurriendo a las armas. Fue una verdadera guerra abierta que durante la primera mitad del siglo XVII costó decenas de muertos, y a medio plazo acabó con el control y el monopolio del cerro por parte vasca.

 

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