El Caserío y el Solar
Pese a su evidente declive como explotación agropecuaria, el caserío sigue siendo una institución, y lo es porque, además de un conjunto arquitectónico de mayor o menor porte y de un terreno de mayor o menor extensión, es la expresión de un grupo familiar, y durante siglos ha sido una unidad jurídica. Una peculiaridad que singulariza a los caseríos vascos es que todos tienen nombre propio oficial. El nombre y el solar han permanecido durante siglos, pese a los cambios en la fisonomía del edificio o diferente uso de las tierras. De hecho, en el caserío es posible rastrear el origen de gran parte de los apellidos vascos.
En su sentido económico, como unidad de producción familiar, parece que el caserío se configuró entre los siglos XII y XIII. En aquella sociedad agropecuaria de baja montaña, la mayoría de la población se dividía en tres grupos: el más favorecido era el de los fijosdalgo o propietarios libres, dueños de pleno derecho de la tierra que cultivaban y sin obligaciones fiscales con el rey ni con ningún otro señor; el grupo mayoritario estaba integrado por los llamados labradores “horros”, o pecheros del rey, genéricamente libres: gestionaban autónomamente sus caseríos, pero no podían abandonarlos puesto que se les exigía que con su fruto hicieran frente a una serie de pechos o impuestos; en el escalón inferior se encontraban los collazos o vasallos solariegos, campesinos sin libertad personal que dependían de los señores feudales. Tampoco la configuración del poblamiento estable medieval era homogénea, y presentaba varias tipologías: los caseríos aislados, que deben haber tenido una existencia escasa y tardía, probablemente vinculada a la ocupación permanente de seles ganaderos; las comunidades de caseríos unifamiliares, dispersos pero cercanos, existentes al menos desde el siglo XI; las aldeas, integrada por varias unidades de habitación reunidas en un núcleo agrupado –pero no urbanizado ni ordenado- en las proximidades de una iglesia con su cementerio, ya existentes en el Alto Deba desde el siglo IX. Las viviendas de esta época eran chozas de madera, mucho más pequeñas que los caseríos actuales.
Los caseríos que vemos hoy son considerablemente más recientes, construidos en los s. XV-XVI. Su éxito como fórmula está ligado a la emancipación del campesinado vasallo y pechero, que adquiere la categoría hidalga. El caserío de esta época es una casa, pero el espacio de habitabilidad familiar es una parte muy reducida de la superficie del edificio, mientras que el resto se dedica a estabulación de ganado, almacenaje de cosechas, y de diversas estancias dedicadas a la transformación de productos vegetales y animales o a la realización de labores de artesanía. El lagar de sidra, situado en la primera planta, es un elemento fundamental y original por su ubicación, incluso estructuralmente, puesto que sus vigas sostienen también el edificio.
La recesión económica del hierro y el comercio durante el siglo XVII en Gipuzkoa coincide con la extensión del cultivo del maíz, al que se añaden ya en el XVIII la alubia y el nabo (para el ganado), y a principios del XIX la patata. Socialmente, este fenómeno de ruralización también responde a la concentración de propiedades en menos manos, y la inversión de capitales obtenidos en América o el comercio en la reforma o construcción de nuevos caseríos para su arrendamiento. El resultado es a menudo que dos familias maizterras (arrendatarias) conviven en un mismo edificio.
Durante el siglo XX no se han fundado nuevos caseríos. Sin embargo, muchos de los viejos edificios se han renovado y la mayoría se están adaptando a unas condiciones de habitabilidad moderna. Los que mantienen una actividad agro-ganadera suelen disponer de edificaciones auxiliares y la casa original es ante todo vivienda.
Información adicional: "El Caserío" (Colección Bertan) y Caserío-Museo Igartubeiti