La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas

Grabado de un navío según dibujo del "Manuscrito del viaje de reconocimiento de las islas de Chiloé" (Moraleda, José, 1790) © Museo Naval (Madrid)
Acción de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas. 1766
Fachada de la Casa-Factoría de la Compañía en La Guaira, Caracas. 1791 © Archivo General de Indias (Sevilla)

Por Real Cédula de 25 de septiembre de 1728, se constituía la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, con privilegio del comercio recíproco entre el Reino de España y la provincia de Venezuela. Prolongó sus días hasta 1785, cuando quedó refundida en Compañía de Filipinas. Los objetivos de la Compañía Guipuzcoana eran claros y definidos: por parte de la Provincia de Gipuzkoa y de los comerciantes del Consulado de San Sebastián, hacerse con el comercio del cacao de Venezuela -que hasta entonces llegaba a altos precios por manos holandesas-, y vender manufacturas en las colonias; por parte del Rey, evitar el contrabando que los extranjeros, sobre todo holandeses, realizaban en la colonia caraqueña. Si la empresa prosperaba, además, aumentarían los ingresos del Real Erario.

El comercio de la Compañía estuvo fundamentado en el siguiente intercambio: en los viajes de ida, los navíos que salían del puerto de Pasaia o de Cádiz transportaban hierro vasco en sus más diversas formas (clavazón, hachas, rejas, etc.), tejidos -en su mayor parte de origen extranjero-, géneros de mercería y productos del agro andaluz (aceite, aceitunas, vinagre, aguardientes), así como vino, aguardientes y harinas de origen francés. Por parte de los géneros que regresaban de Caracas, sin duda el más importante en cuanto a cantidades y valor fue el cacao; pero no fue el único, ya que también llegaron regularmente café, algodón, y partidas de tabaco y cueros, géneros que en gran medida eran enviados a Holanda, sobre todo el tabaco.

El 15 de julio de 1730 salieron del puerto de Pasaia, verdadera base de operaciones de la Compañía, las 3 primeras naves (las  fragatas San Joaquín y San Ignacio y la galera Santa Bárbara), artilladas en total con 86 cañones y una tripulación de 561 hombres. Navíos y carga fueron asegurados en plazas europeas, al igual que se siguió haciendo en futuros viajes. Tres meses más tarde partió un cuarto navío, una fragata de gran porte. Los resultados comerciales de estas primeras expediciones fueron extraordinariamente provechosos para la Compañía, pues el retorno de dos de esas naves ya proporcionó a la Península 80.000 fanegas de cacao, compradas al precio de sólo 10 pesos y vendidas en España a razón de 45 pesos, lo que dio un beneficio neto de 738.000 pesos.

En 1734, la Compañía Guipuzcoana comunicaba a su accionariado (es la primera compañía del reino de España que se conforma mediante el sistema de acciones) que contaba con nueve navíos, lo que pone de manifiesto el esfuerzo de la empresa mercantil por aumentar su comercio. A lo largo de su carrera, sus más de 70 barcos hicieron posible un fluido intercambio entre Gipuzkoa, Cádiz y Venezuela. Para ello dispuso de sus propios astilleros en Pasaia, de donde salió alrededor de la mitad de la flota. También recurrió al flete de naves extranjeras cuando las guerras u otras circunstancias así lo aconsejaron.

La marinería y oficiales de los navíos fueron mayoritariamente de origen guipuzcoano. Asimismo, la construcción naval que se generó en los astilleros ofreció trabajo a mucha gente en la bahía de Pasajes. La Compañía, pues, más allá de sus beneficios comerciales, fue un auténtico motor de la economía guipuzcoana, hasta el punto de que el jesuita Larramendi se lamentaba de que los pueblos de la costa quedaban sin jóvenes que pudieran dedicarse a la pesca, atraídos por la Compañía Guipuzcoana.

 

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