El incendio y reconstrucción de San Sebastián
Pocos hechos habrá en la historia donostiarra que resulten tan evocadores y tan sentidos para los habitantes de la ciudad como el acaecido el 31 de agosto de 1813, en el contexto de la guerra de la independencia contra las tropas napoleónicas. El asalto, las violaciones, el incendio y la destrucción del recinto urbano sigue conmemorándose cada año por los vecinos de la Parte Vieja, en una fiesta sencilla y entrañable.
En verano de 1813, Donostia e Iruña eran las únicas plazas fuertes que resistían a manos de los franceses, por lo que se convirtieron en objetivos prioritarios. Sin embargo, las tropas dirigidas por Mendizábal, acompañadas por los tres batallones guipuzcoanos de Aranguren, Larreta y Calbetón, no eran suficientes para desalojar a los enemigos, por lo que fueron las tropas anglo-portuguesas las que se hicieron cargo de la operación. Pese a los bombardeos previos y la toma del cerro de San Bartolomé, el gobernador de la plaza rehúsa todo parlamento. El 22 de julio, se abre en la muralla una brecha (de ahí el actual topónimo), así como otras aperturas más, y se procede a reforzar posiciones y al minado de la muralla. La defensa, feroz ante el ataque del 25 de julio, acabó en matanza, favorable a los defensores, tanto, que hasta los heridos ingleses fueron acogidos por los franceses.
El ejército inglés opta entonces por un bloqueo total. El asalto final se da el 31 de agosto, apoyado en la artillería y a través de las brechas abiertas con anterioridad. La tenacidad francesa y una segunda línea de defensa impiden nuevamente la toma de la ciudad. El resultado de la operación apuntaba a un nuevo desastre inglés; pero la explosión de un depósito de pólvora desbarató la línea defensiva. Este hecho, y la falta de tropas de reserva francesas, cambian el curso del asalto. El repliegue francés a los espacios interiores no llega ni a materializarse: el enemigo se refugia en el castillo de la Mota, y la ciudad queda en manos de ingleses y portugueses.
A las víctimas militares se añade el saqueo, la quema del archivo, la destrucción de casas… Como remate, los asaltantes dieron fuego a la ciudad, de la que sólo se salvó la calle que hoy conocemos como 31 de agosto. Tras varios días de incendio, de los 7.000 habitantes de la ciudad puede que sobrevivieran entre 3.500 y 4.000, hambrientos y desnudos.
El 8 de septiembre se reunieron los vecinos sobrevivientes en Zubieta, aldea próxima a San Sebastián. Su resolución inauguró un nuevo momento histórico para la ciudad, marcado por el deseo de reconstrucción. Así, las obras de desescombro se iniciaron inmediatamente. En diciembre ya se había constituido una Junta de Obras encargada de la reedificación.
Pedro Manuel de Ugartemendia, discípulo del afamado arquitecto Silvestre Pérez, fue el encargado de llevar a cabo el proyecto urbanístico, que presentó al Ayuntamiento en mayo de 1814. Siguiendo a Carlos Sambricio, podemos decir que despojaba a San Sebastián de su valor militar, insistiendo en el carácter comercial de la ciudad. En vez de proponer reconstruir sobre el viejo trazado (plaza rectangular central y calles cortadas ortogonalmente), concebía la nueva trama urbana en torno a una plaza central octogonal, reservada para los servicios públicos, en la que confluían en estrella ocho calles. Rodeaba el conjunto un trazado de base rectangular. Su proyecto no satisfizo a la Corporación, debido, principalmente, a la oposición de los propietarios de los solares. Así, se acometió una reconstrucción que reproducía el plano de la ciudad anterior, estableciendo sólo ligeras alteraciones en algunas calles.
Los trabajos se prolongaron hasta la completa reconstrucción en 1849. En 1857 se iniciaron las negociaciones para el derribo de sus murallas.