Los colgantes de Praileaitz I
La cueva que hoy conocemos como Praileatiz I tuvo un uso distinto al del resto de cuevas que conocemos. No estamos ante una cueva usada como habitación temporal de un grupo, al menos no hay restos de ello, ni es una cueva de caza o recolección. Se trata de una cueva especial, algo que delata ya la fisonomía de su entrada, que recuerda al sexo femenino, y en la propia situación, colgada sobre el río Deba. Da paso a una estancia de unos siete metros de diámetro y no más de dos metros de altura. Es un espacio acogedor no sólo por la comodidad de sus medidas, sino también por el enlosado con que está revestido su suelo y por otros detalles (almacén de carne, fuego en el suelo, asiento de piedra)… eso sí, que buscaban la comodidad de un único habitante. No hay ninguna colección de residuos ni utensilios como suele acaecer en otros establecimientos similares y sí, en cambio, restos de pinturas, y lápices de ocre.
Igual de impresionante, por lo parco e incluso limpio de su aspecto, resulta el espacio posterior. Pero la mayor sorpresa aparece entre ambas salas: una veintena de colgantes –sin contar los rotos-, perfectamente dispuestos, realizados en una brillante piedra negra, formando cinco collares con numerosas tallas e incisiones. Estas piedras hablan de un minucioso proceso de selección atendiendo a formas y color, de un detenido trabajo para poder perforar las mismas y adecuarlas a su uso colgante, y de una profunda simbología en el conjunto del trabajo. Si una a una las piedras son impresionantes, el conjunto formado por 14 de ellas resulta casi indescriptible. También es llamativa la presencia de algunos caninos animales como parte de los colgantes, y no menos sugerente es la presencia de piezas rotas, pues es posible que no sea una rotura accidental.
Hoy día se nos escapan sus significados o sus funciones: ¿Simplemente decorativos? ¿Tuvieron, por el contrario, un valor de ostentación o de jerarquía? Los colgantes de Praileaitz parecen sugerir que eran los útiles de una actividad ritual. La explicación más coherente para entender estos restos y su entorno es la de hallarnos en la cueva de una especie de chamán.
Más información en: "Los colgantes magdalenienses de la cueva de Praileaitz I" (Colección Bertan)