Menosca
Las fuentes clásicas, concretamente Plinio, nos hablan de una serie de asentamientos en la franja costera de lo que hoy conocemos como Gipuzkoa. Uno de estos asentamientos de época romana es la civitas Oiasso, en territorio vascón, perfectamente identificada en Irun y su entorno. Plinio cita también los oppida (lugares fortificados) de Morogi, Menosca y Vesperies, ya en territorio várdulo.
Las excavaciones realizadas en el yacimiento de Santa María la Real (Zarautz) muestran claramente que en el siglo I ya se había establecido junto al mar una comunidad várdula que habían descendido de las montañas. Ese primer asentamiento estuvo con toda probabilidad relacionado con la presencia romana que iba estableciéndose a lo largo de la costa -no es difícil trazar una línea imaginaria entre Oiasso y Forua-, practicando el cabotaje y favoreciendo, de paso, el desarrollo de las comunidades autóctonas. A raíz de estos descubrimientos se ha establecido Menosca como el territorio situado en el triángulo formado por los ríos Deba-Oria y el monte Ernio.
A la hora de elegir un emplazamiento, se repite el esquema clásico al que responden buena parte de los asentamientos romanos: buscar condiciones de seguridad y de viabilidad económica, distribuyéndose el espacio de una manera jerárquica y especializada. Así, en el monte encontramos restos de minería y metalurgia (la materia prima sería trasladada desde Pagoeta y Aizarna hasta Arbiun donde, dados los escasos medios, lo trabajarían mediante técnicas arcaicas), mientras que en la costa, Getaria puede marcar tanto un lugar de desembarco como de relación con trabajos pesqueros. En esta localidad los testimonios romanos aparecen localizados en todo su casco histórico, especialmente en la iglesia parroquial de San Salvador. Meagas, Elkano, Urezboroeta, Urtiaga zahar… son sitios y nombres de la zona que nos ayudan a completar el puzzle romano de la comarca.
La población urbana de Menosca vive su apogeo en época romana, entre los siglos I y V de nuestra era. A continuación, los restos arqueológicos desaparecen durante siglos para volver a emerger en los albores de la Edad Media. Durante este prolongado periodo, los restos se hallan de nuevo en el monte y en cuevas, y parecen indicar que la población volvió a un modo de vida itinerante, siendo probablemente la cueva de Amalda el ejemplo más claro de esta evolución social y reocupación del espacio.
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